TRELEW, 22 DE AGOSTO
Por: Dra. Margarita Pierini, docente investigadora UNQ
Hay lugares y fechas en la historia reciente que resaltan con una fuerza especial en nuestros calendarios personales, en el mapa de nuestras geografías.
Para mi generación, ese 22 de agosto de 1972 marcó un antes y un después. Porque ya sabíamos de cuántas violencias era capaz el Poder a través de sus cuerpos armados. Pero no llegábamos a imaginar que podía fusilar a sangre fría a un grupo de presos políticos que se habían rendido ante un juez después de su intento fallido de escapar de la cárcel de Rawson. Tal vez, nos faltaba conocer bastante de la Historia Argentina pasada, pienso ahora. En ese momento lo que sí descubrimos fue que no habría límites para eliminar las voces y los cuerpos de los que buscaban hacer posible otra historia.
En estos días de memoria, 50 años después, en distintos espacios de comunicación podemos encontrar el relato y la cronología de los hechos: la fuga del penal, la llegada al avión que solo logra recoger a algunos para alcanzar su destino, el Chile de Allende, la rendición de los demás en el aeropuerto de Trelew, de donde los llevan a la base de la Marina. Y la madrugada del 22.
De esos momentos, hay dos que resaltan, en mi recuerdo, a través de la fuerza de las imágenes que los acompañan: la conferencia de prensa en el aeropuerto, donde habla Mariano Pujadas rodeado por una enorme cantidad de medios ─el país seguía minuto a minuto el desarrollo de los hechos─. Y en otra foto, en la larga fila de quienes se acaban de rendir, en primer plano, el perfil de una mujer menuda, con su pancita de embarazada levantándole el tapado.
Una tercera imagen es la de estos días: la baldosa-homenaje que se colocó el martes 16 en la vereda de Avenida La Plata 254, donde estuvo la sede del Partido Justicialista, adonde se iba a velar a tres de los fusilados, hasta la violenta irrupción de la Policía.
Para este homenaje llegaron algunos protagonistas y testigos de esos hechos. Y escuchamos los recuerdos de hermanos y hermanas, de hijos e hijas; a veces, con acentos que hablan del exilio al que sus familias se vieron obligadas. Con nombres que sus padres les pusieron en memoria de sus compañeros: Mariano, Eduardo, María.
El homenaje tiene esta vez algo que va más allá de los números redondos, el aniversario número 50. La persistencia en la búsqueda de justicia acaba de lograr una condena, por parte de una corte del estado de Florida, para el último de los fusiladores todavía impune, el teniente Roberto Bravo. Reconvertido en empresario, durante estas cinco décadas consiguió ampararse en la protección que Estados Unidos también supo otorgar durante muchos años a un fugitivo López Rega.
Pero todo está guardado en la memoria.