24 de marzo 2020 #MemoriaVerdadJusticia

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Reflexiones sobre el 24 de marzo. Una invitación a repensarnos para y desde las prácticas educativas

por Prof. Valeria Morras

El 24 de marzo de 1976 inauguró la más atroz dictadura que vivió la sociedad argentina, llevada a cabo por las Fuerzas Armadas con un fuerte apoyo de la sociedad civil, afectando el profundamente el lazo social. El Terrorismo de Estado se instaló en el país para imponer una concepción de vida, de sociedad y de individuo, apelando a mandatos considerados esenciales, naturales y eternos y considerando a los que no se identificaban con esos mandatos como enemigos de la patria.

Memoria 2020La educación fue un ámbito especialmente elegido para llevar adelante una serie de acciones centradas en la instalación de dispositivos policíacos y de control ideológico. “La existencia de nuestra nacionalidad se encuentra amenazada” se sostenía en el Documento Subversión en el ámbito educativo (conozcamos a nuestro enemigo), elaborado en 1977 por el Ministerio de Cultura y Educación y distribuido a toda institución educativa del país, para detectar “subversivos”. De este modo, la política autoritaria y represiva de la dictadura impactó fuertemente en el ámbito educativo. La misión de la educación se dirigió a restaurar un supuesto orden perdido: las instituciones educativas fueron identificadas como lugares para reeducar a la sociedad y lxs docentes pasaron a ser considerados como “gendarmes ideológicos”, “custodios de la soberanía ideológica.” (Southwell, 2004). Las resistencias convivieron con censuras, denuncias, prohibiciones y microdespotismos… represiones y desapariciones. Como nos recuerda O´Donnell (1997) “la implementación de aquel despiadado autoritarismo en la política soltaba los lobos en la sociedad.”

Con la reconstrucción de la vida democrática a partir de 1983, se le adjudicó a la educación un lugar fundamental para la promoción de una cultura democrática y la formación de individuos defensores de los valores democráticos, alejando formas autoritarias de convivencia.

Repensarnos desde las prácticas educativas

La condena en términos morales a las violaciones de los Derechos Humanos y la denuncia al Terrorismo de Estado es más que necesaria, pero ¿es suficiente si aspiramos al “Nunca Más”? En la realidad cotidiana del aula, en todos los niveles educativos, se hacen presente una multiplicidad de representaciones sociales acerca de la temática, expresadas tanto por lxs alumnxs, quienes traen vivencias y relatos transmitidos en el ámbito familiar y los medios de comunicación, como por lxs propixs docentes. ¿Cómo procesar y transmitir los significados de aquella experiencia que no fue ni es percibida de la misma manera por todxs?
Lo que planteamos es que la memoria sobre un pasado doloroso no tiene que ser reducida a recordar para no volver a repetir, ya que como sostiene Sandra Raggio “recordar no garantiza no repetir, aunque constituya su utopía. Recordar implica develar y asumir las condiciones que hicieron posible el pasado para reconocerlas en el presente” (2004, p. 104). Implica pensar históricamente ese pasado y nuestro presente desde múltiples miradas, buscando superar una historia que puede resultar paralizadora, impidiendo su análisis y reflexión. Implica tener en cuenta los interrogantes planteados por Hannah Arendt “Qué ha sucedido, por qué sucedió, cómo ha podido suceder” como guía para el análisis de ese pasado.

Si bien Theodor Adorno (1998) propone que “la exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera en educación” y, para el pasado reciente argentino estaría vinculado con que no se repita el Terrorismo de Estado ni ninguna forma de violación de los derechos humanos, es indispensable para no repetir ese horror que su enseñanza se transforme en una “educación para una auto-reflexión crítica”. Por ello, la transmisión del pasado reciente a través de las instituciones educativas nos convoca a la necesidad de revisar prácticas, discursos, rituales tradicionales, reglas de juego que comúnmente se suelen reproducir sin ser puestas en entredicho y suelen ser compartidas por lxs actores educativos. Porque, como afirma Pablo Pineau (2006) “no puede olvidarse que la política educativa de la dictadura hunde sus raíces en procesos largos y profundos de nuestro pasado pedagógico y cultural, y lanza hilos de unión con los tiempos futuros. Sus particularidades deben ser inscriptas en relatos mayores y no verlas sólo como piezas únicas de un museo del terror sino como ejemplos extremos pero esperables de movimientos mayores” (2006:23). Lo que lleva a revisar el modo en que las instituciones educativas, con los sujetos inscriptos en ellas, habían favorecido formas de convivencia autoritarias.
La pregunta entonces ¿cómo fue posible que sucediera? nos tiene que interpelar como sociedad y especialmente nos tiene que interpelar como educadorxs, ya sea para comprender ese pasado pero también para pensarnos en nuestro presente. Porque cabe preguntarnos si el pasado reciente no nos ha dejado huellas por las que aún seguimos caminando.

Sin desconocer otras implicancias que son necesarias tener en cuenta para abordar la complejidad del tema, nos parece oportuno plantear ¿Qué prácticas autoritarias persisten? ¿Qué discursos autoritarios seguimos reproduciendo? Y en el ámbito educativo ¿Qué prácticas, discursos, reproducimos sin darnos cuenta en nuestras prácticas educativas cotidianas? ¿Qué modelo de autoridad docente construimos? ¿Llevamos adelante en nuestras clases prácticas democráticas? ¿Qué relación con el saber establecemos? ¿Qué vínculo pedagógico desarrollamos con nuestrxs estudiantes? ¿Cómo se construyen y viven las relaciones de poder al interior de las instituciones educativas? Porque puede ocurrir que convivamos con discursos democráticos pero reproducimos, sin darnos cuenta, prácticas educativas autoritarias con las cuales formamos sujetos. Y porque el aprendizaje de una ciudadanía crítica y democrática es, antes que nada, experiencial. Y los ámbitos educativos son un lugar privilegiado para ello.

Tal vez sea hora de que se asuma que la historia reciente en Argentina nos puede devolver un relato incómodo sobre nuestra sociedad en el que muy pocos estén dispuestos a reconocerse. Este 24 de marzo lo conmemoramos desde nuestros hogares, sin marchar en la calle. Es tiempo de quedarnos en casa, de mirar-nos y revisar-nos. Y por qué no, de darnos la oportunidad para alojar nuevas preguntas, para encontrar respuestas no pensadas y para re-pensar nuestras prácticas y discursos.

Referencias bibliográficas
Adorno, T. (1998). Educación para la emancipación, Madrid, Ediciones Morata.
O´Donnell, G. (1984). Democracia en la Argentina. Micro y macro. En O. Oszlak (comp.), Proceso, crisis y transición democrática. Buenos Aires: CEAL.
Pineau, P. (2006). Impactos de un asueto educacional. Las políticas educativas de la dictadura (1976-1983). En: P. Pineau y otros, El principio del fin. Políticas y memorias de la educación en la última dictadura militar (1976-1983). Buenos Aires: Colihue.
Raggio, S. (2004). La enseñanza del pasado reciente. Hacer memoria y escribir la historia en el aula. Clío y asociados, la historia enseñada, Universidad del Litoral, N°8.
Southwell, M. (2004). La escuela bajo la lupa: una mirada a la política de Subversión en el ámbito educativo. Revista Puentes, La Plata, Comisión por la Memoria.

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